En el Colegio San Francisco Javier, nuestro educador Pablo Núñez es ex-alumno, músico y profesor. Fue estudiante de nuestro colegio desde 2° básico a IV medio. Actualmente, es apoderado. Su hija entró en Pre-Kínder y este año egresará de IV medio. Después de trabajar 10 años en otros colegios de Puerto Montt, llegó a hacer clases al San Javier el año 2011, año del traslado desde el centro de la ciudad hacia Pelluco. Aquí compartimos su testimonio.

¿Qué es lo que más destacas de tu experiencia en el Colegio San Francisco Javier?

Quiero comenzar una pregunta que hace poco mi hija me hizo: Papá, ¿te gustaría trabajar más en el colegio antiguo o en este colegio? 

Al comienzo no supe qué responderle ya que sólo trabajé allí un semestre y en el segundo nos trasladamos acá. Lo que sí recuerdo con cariño fue el recibimiento que tuve de mis ex profesores (algunos de básica y media que seguían trabajando) y quienes ahora pasaban a ser mis colegas. Fue conocer el colegio desde otra perspectiva, pude conocer a la persona qué hay detrás del profesor.

Como estudiante aproveché varias de las instancias de formación y servicio del colegio, MEJ, CVX, trabajos de invierno, trabajos de verano, hospedería en el Hogar de Cristo, monitor y asesor de varios campamentos de cursos más pequeños. Digo todo esto no porque quiera ser autorreferente, sino porque estoy seguro de que a todos los sanjavierinos que vivieron o viven estas experiencias, les queda una marca como persona. Olvidarse un poco de uno mismo y ser útil para otro sin pedir nada a cambio.

Como ex alumno puedo asegurar que en el colegio se afianzan lazos de amistad con compañeros de curso que perduran por siempre. A varios de mis amigos de esa época los considero mis hermanos. Creo que esto no se ha perdido en las generaciones actuales y debemos seguir velando para que siga siendo un sello de nuestros egresados.

¿Cuáles desafíos ves para el futuro de nuestra comunidad educativa?

Desde mi experiencia, creo que uno de los desafíos que tenemos como comunidad educativa es seguir cultivando la cercanía con la ciudad. Estar antes en el centro de Puerto Montt nos permitía convivir cotidianamente con otros colegios y liceos, lo que generaba vínculos, encuentros espontáneos y una conexión más directa con el pulso de la ciudad. Esa oportunidad constante la podemos seguir viviendo en nuestro colegio con capacidad para acoger a otros y así aprender desde la diversidad.

Valoro mucho lo que hoy se ha logrado en términos de espacio físico y posibilidades académicas. Nuestros estudiantes tienen acceso a una gran variedad de asignaturas y materias que enriquecen su formación. En ese contexto, debemos seguir promoviendo que el colegio sea un lugar donde se alimente y canalice la motivación de los estudiantes, un espacio donde puedan descubrir quiénes son, qué los mueve y hacia dónde quieren ir. Para eso, es clave seguir entregándoles herramientas que les permitan conocerse mejor a sí mismos.

A lo largo del tiempo, he visto cómo se ha mantenido una perspectiva muy valiosa en nuestra comunidad: el compromiso con los demás. Antes y ahora, tanto en los funcionarios como en los estudiantes, hay una mirada común de ayuda y servicio, y también una capacidad crítica frente a lo que sucede en la sociedad. Eso es algo que debemos seguir fortaleciendo.

Otro aspecto que siempre ha estado presente es la posibilidad de que los estudiantes se expresen, ya sea a través del arte, el deporte u otras formas. Ese espacio para la creatividad y el desarrollo personal ha sido una constante en nuestra historia y debemos seguir cuidándolo y ampliándolo.

En resumen, el desafío es cómo mantenemos lo mejor de nuestro legado y lo proyectamos al presente y al futuro, reforzando la conexión con nuestro entorno, acompañando a los estudiantes en su desarrollo interior y sosteniendo ese espíritu crítico y comprometido que tanto nos identifica.