En el Colegio San Francisco Javier tenemos el honor de dar la bienvenida a un rostro conocido y querido por muchos: el Padre Jorge Muñoz Arévalo. Su regreso, después de diez años, es motivo de alegría y gratitud. Él vuelve a una casa que conoce bien, pero que también ha evolucionado con el tiempo, enfrentando nuevos desafíos y adaptándose a las necesidades de la comunidad. Estamos seguros de que el liderazgo del Padre Jorge, liderazgo espiritual y cercanía, nos ayudarán a seguir construyendo una educación basada en la fe y el servicio.
Asimismo, nos complace recibir al Padre Alejandro Longueira Montes, sacerdote de vasta trayectoria que se suma a la misión con el propósito de fortalecer el trabajo pastoral con adultos. Su experiencia enriquecerá aún más nuestra labor evangelizadora. Juntos, el Padre Pablo, el Padre Jorge y el Padre Alejandro formarán un equipo pastoral colaborativo. Su guía será fundamental para que nuestra institución continúe con la senda trazada por tantos sacerdotes de la Compañía que, a lo largo de la historia, han traído la palabra de Dios a estas tierras.
Como una forma de simbolizar su integración a nuestra comunidad, queremos hacer entrega al Padre Jorge y al Padre Alejandro del polerón institucional del colegio, con la insignia SJ. Este gesto representa nuestro cariño y la certeza de que, aunque el tiempo pase, el espíritu de esta casa sigue siendo el mismo: un lugar de encuentro, de formación y de fe.
¡Bienvenidos, Padres Jorge y Alejandro!
San Ignacio de Loyola nos recuerda que «no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente». La vocación jesuita es una misión que exige disposición, entrega y valentía para ir donde Jesús los llame, aun cuando eso signifique dejar atrás la vida que se ha construido. Así ha sido la vida del Padre Cristian, quien hoy parte de viaje a una misión, siempre dispuesto a ser instrumento de paz. No solo ha guiado nuestras almas con su sabiduría y fe, sino que también ha sido un mediador excepcional, un consejero incondicional y un hombre de profunda sencillez y humildad.
Su particular manera de reflexionar, siempre invitando al consenso, su disposición para mediar en las relaciones interpersonales y su capacidad de escucha han sido ejemplo en nuestra comunidad. Quienes lo hemos conocido de cerca, sabemos que detrás de su carácter tranquilo, hay un cúmulo de talentos que ha ofrecido sin soberbia, con humildad, como un servicio a Dios y a los demás.
Como equipo directivo, uno de los recuerdos más entrañables que guardaremos de él es su dedicación paciente y minuciosa a la restauración del piano vertical que encontró abandonado en una bodega. Día tras día, con la calma y perseverancia que lo caracteriza, fue encajando cada pieza, ajustando cada cuerda, alineando cada tecla, hasta lograr su cometido. Y ayer, como un acto final de amor y esfuerzo, el piano transitó desde su taller hasta la sala de música, arrastrado por dos generaciones de profesores de música Tito Rosas y Pablo Núñez y el propio Padre Cristian. Fue un momento de alegría sincera, casi infantil, en el que se celebraba no sólo la reparación de un instrumento, sino también la culminación de una obra hecha con pasión.
Mensaje de nuestra Directora Ximena Schnettler
durante la Misa de Traspaso realizada el sábado 15 de marzo